martes, 30 de octubre de 2012

Eva era una niña valiente y aventurera que un día descubrió el mapa del tesoro de las Reinas del Mar, el tesoro con todas las joyas que las sirenas recogen de los barcos hundidos. Según el mapa, el tesoro estaba protegido contra el mal con magia blanca, y sólo la mejor amistad verdadera podría sacarlo de la cueva en que estaba.
Sabiendo esto, Eva recurrió a Lucía, su antigua compañera de aventuras y le contó el secreto. Acordó darle la cuarta parte de las joyas, y juntas tomaron un gran carro y fueron por el tesoro. Llenaron todo el carro con sus riquezas pero, en el mismo instante en que abandonaban la cueva, todas desaparecieron, y solo pudieron encontrarlas de nuevo en su sitio original. Y por más veces que lo intentaron, no dejó de ocurrir lo mismo, hasta que ambas se dieron por vencidas.
- “Supongo que Lucía no era una amiga de verdad”, se dijo Eva. “Si lo fuera, no me hubiera importado compartir todo el tesoro con ella. Debería haber elegido a Lola o a María”
Lola y María eran sus dos mejores amigas. Y como no sabía muy bien a cuál elegir decidió contarle el secreto a Lola, acordando repartir el tesoro a medias.
Sin embargo, al ir a recuperarlo, se encontraron con una larga fila de buscadores de tesoros. Y es que, mientras estaban fuera, Lucía había tratado de sacar el tesoro un montón de veces, cada vez con un nuevo amigo. Y con cada fracaso, sus compañeros hacían lo mismo y corrían a buscar nuevos amigos para rescatar el tesoro por su cuenta, y así sucesivamente. Y, de esta forma, se había formado una larga fila de parejas de amigas y amigos que intentaban sin éxito hacerse con el tesoro.

Cuando por fin les llegó el turno a Eva y Lola, estaban tan seguras de ser excelentes amigas que la decepción fue aún mayor cuando el tesoro volvió a desaparecer al cruzar la salida de la cueva.
A Eva ya solo le quedaba la opción de María, que al recibir la noticia reaccionó con gran entusiasmo. María corrió entonces a contárselo también a Lola, quien confesó conocer toda la historia, y junto a Eva le explicó lo difícil que resultaba conseguir el tesoro.

- Bueno, da igual- dijo María-. Ya veréis cómo podemos sacarlo entre todas, y luego lo compartimos. ¿No somos las mejores amigas del mundo? Además, como es un tesoro tan grande, podremos ayudar con él a muchísima gente... ¿Os imagináis? yo tengo una tía que necesita ayuda en un hospital porque...
María siguió imaginando todas las cosas buenas que podrían hacer con el tesoro, y al poco Eva y Lola estaban tan entusiasmadas como ella. Entre las tres propusieron tantas ideas y tan buenas, que finalmente acordaron que solo se quedarían con alguna pequeña joya como recuerdo, y lo demás lo dedicarían a ayudar a otras personas.
Decidido el reparto, volvieron a la cueva, esperaron su turno y... ¡se llevaron todo el tesoro sin problemas!
Aquel lugar había llegado a ser muy famoso, así que no faltaron las felicitaciones, las fotos ni las entrevistas. Y en todas ellas, cada vez que los periodistas preguntaban a Eva o a Lola cuál había sido el secreto para rescatar con éxito el escurridizo tesoro, las niñas respondían:
- Tener una verdadera amiga como María, que nunca para hasta conseguir sacar lo mejor de nosotras mismas.
Moraleja:
 La amistad solo es amistad verdadera si nos ayuda a ser mejores




el Regalo Mágico del Conejito Pobre

Hubo una vez en un lugar una época de muchísima sequía y hambre para los animales. Un conejito muy pobre caminaba triste por el campo cuando se le apareció un mago que le entregó un saco con varias ramitas."Son mágicas, y serán aún más mágicas si sabes usarlas" El conejito se moría de hambre, pero decidió no morder las ramitas pensando en darles buen uso.
Al volver a casa, encontró una ovejita muy viejita y pobre que casi no podía caminar."Dame algo, por favor", le dijo. El conejito no tenía nada salvo las ramitas, pero como eran mágicas se resistía a dárselas. Sin embargó, recordó como sus padres le enseñaron desde pequeño a compartirlo todo, así que sacó una ramita del saco y se la dió a la oveja. Al instante, la rama brilló con mil colores, mostrando su magia. El conejito siguió contrariado y contento a la vez, pensando que había dejado escapar una ramita mágica, pero que la ovejita la necesitaba más que él. Lo mismo le ocurrió con un pato ciego y un gallo cojo, de forma que al llegar a su casa sólo le quedaba una de las ramitas.
Al llegar a casa, contó la historia y su encuentro con el mago a sus papás, que se mostraron muy orgullosos por su comportamiento. Y cuando iba a sacar la ramita, llegó su hermanito pequeño, llorando por el hambre, y también se la dió a él.

En ese momento apareció el mago con gran estruendo, y preguntó al conejito ¿Dónde están las ramitas mágicas que te entregué? ¿qué es lo que has hecho con ellas? El conejito se asustó y comenzó a excusarse, pero el mago le cortó diciendo ¿No te dije que si las usabas bien serían más mágicas?. ¡Pues sal fuera y mira lo que has hecho!
Y el conejito salió temblando de su casa para descubrir que a partir de sus ramitas, ¡¡todos los campos de alrededor se habían convertido en una maravillosa granja llena de agua y comida para todos los animales!!
Y el conejito se sintió muy contento por haber obrado bien, y porque la magia de su generosidad hubiera devuelto la alegría a todos.


Moraleja:
Mostrar que la generosidad y el dar a los demás suelen revertir en uno mismo de la forma más imprevista y más grandiosa