martes, 24 de julio de 2012

las felices mamás del pantano


Estaban doña hipopótamo, la señora cocodrilo y la minúscula mamá mosquito hablando animadamente de lo buenos que eran sus niños con todos los habitantes del pantano. Tan bien hablaban de ellos, que varios que pasaban por allí quisieron ver sus mejores acciones. Y, al día siguiente, Hipopotamín, Cocodrilucho y Mosquitejo se dedicaron a mostrar a todos cuán buenos podían llegar a ser.
El pequeño hipopótamo decidió llevar agua a todos los animales enfermos de la zona, que estaban heridos o no tenían fuerzas para llegar hasta la laguna para beber. Su gesto fue milagroso para muchos, pues aquel año era muy seco, y estaban tan lejos de la laguna que pensaban que no aguantarían hasta las lluvias. Por su parte, el cocodrilo pasó todo el día vigilando la orilla y actuando de socorrista, evitando que se ahogaran un buen puñado de animales despistados que se mostraron sinceramente agradecidos y sorprendidos de ser salvados por un cocodrilo. Todos felicitaron a Hipopotamín y Cocodrilucho, y se preguntaban qué podría hacer el pequeño mosquito que fuera comparable con tan bellas acciones.
El mismo Mosquitejo pensaba que no podría igualar por sí mismo a sus enormes amigos. Pero en lugar de rendirse, dedicó el día a hablar con unos y con otros, a visitar amigos de aquí y allá, y se presentó por la noche con todo un ejército de animales formado por monos, hormigas, leones, elefantes, serpientes, búfalos, escorpiones, jirafas... cuyo objetivo era, durante un único día, dedicarse por entero a mejorar la vida de la laguna. Y tal fue su trabajo y su buen espíritu, que un día bastó para renovar por completo aquel lugar y resolver la mayoría de los problemas, quedando todos los habitantes del pantano verdaderamente encantados.
Y ya nadie dudó de Mosquitejo, que había mostrado ser tan bueno que incluso era capaz de conseguir que los demás fueran aún mejores.

Valor Educativo
Bondad y liderazgo


Las Lenguas Hechizadas


Hubo una vez un brujo malvado que una noche robó mil lenguas en una ciudad, y después de aplicarles un hechizo para que sólo hablaran cosas malas de todo el mundo, se las devolvió a sus dueños sin que estos se dieran cuenta.
De este modo, en muy poco tiempo, en aquella ciudad sólo se hablaban cosas malas de todo el mundo: "que si este había hecho esto, que si aquel lo otro, que si este era un pesado y el otro un torpe", etc... y aquello sólo llevaba a que todos estuvieran enfadados con todos, para mayor alegría del brujo.
Al ver la situación , el Gran Mago decidió intervenir con sus mismas armas, haciendo un encantamiento sobre las orejas de todos. Las orejas cobraron vida, y cada vez que alguna de las lenguas empezaba sus críticas, ellas se cerraban fuertemente, impidiendo que la gente oyera. Así empezó la batalla terrible entre lenguas y orejas, unas criticando sin parar, y las otras haciéndose las sordas...
¿Quién ganó la batalla? Pues con el paso del tiempo, las lenguas hechizadas empezaron a sentirse inútiles: ¿para qué hablar si nadie les escuchaba?, y como eran lenguas, y preferían que las escuchasen, empezaron a cambiar lo que decían. Y cuando comprobaron que diciendo cosas buenas y bonitas de todo y de todos, volvían a escucharles, se llenaron de alegría y olvidaron para siempre su hechizo.
Y aún hoy el brujo malvado sigue hechizando lenguas por el mundo, pero gracias al mago ya todos saben que lo único que hay que hacer para acabar con las críticas y los criticones, es cerrar las orejas, y no hacerles caso.


lunes, 2 de julio de 2012

Cuentos Infantiles

La leyenda del Sol y la Luna

Esta leyenda corta infantil narra cómo es que el Sol llega a ser el astro rey que gobierna durante el día y la Luna llega a ser quien gobierna durante la noche propiciando la diversión y el placer. Sol y Luna eran dos hermanas que vivían en el lejano reino de los Astros. Ellas eran unas hermosas princesas destinadas a iluminar la tierra de noche y de día. Luna era la hermana mayor y debía ser la reina, pero le gustaba sentirse libre, conocer gente, tener muchos amigos y tener una vida de mucho placer. En cambio, Sol deseaba en su corazón ser la reina pues era muy ambiciosa y le gustaba tener poder. Se acercaba el día de la coronación y una mañana, al levantarse, las hermanas conversaban y se pusieron de acuerdo para cambiar de lugar aprovechando que eran muy parecidas. Acordaron que por unos días Sol, la hermana menor, ocuparía el lugar de Luna hasta que regresara para la coronación.
Luna se divertía tanto conociendo amigos y disfrutando de placeres, que se olvidó de la coronación, siendo coronada como reina su hermana Sol. Cuando Luna por fin regresó al palacio, su madre se dio cuenta que habían coronado a Sol y no a Luna como debía ser. La mamá habló con Luna y le dijo que Sol ya había sido coronada como reina y que tendría que ser así por la eternidad, aunque ello fuera contra el deseo de todo el reino. Sin embargo, solo la madre sabía la verdad y todo el reino pensaba que Luna era la reina recientemente elegida. Sin embargo, Luna no estaba triste sino que por el contrario estaba feliz pues sabía que ahora ella iluminaría la noche y la llenaría de emoción para los bohemios y para todo aquel que busque placer y quiera sentirse libre como ella. Así es que surge el Sol y la luna, que aunque la Luna estaba predestinada a ocupar el lugar del Sol en el día, al final no fue de esa forma ya que a Luna le gustaba más la noche pero aún así son inseparables y cada día que termina, el sol se va a dormir y sale la Luna para iluminar la noche y divertirse.

Las Conejitas que no Sabían Respetar

Había una vez un conejo que se llamaba Serapio. Él vivía en lo más alto de una montaña con sus nietas Serafina y Séfora. Serapio era un conejo bueno y muy respetuoso con todos los animales de la montaña y por lo querían. Era muy sabio y muy viejo también. Pero sus nietas eran diferentes: chismositas, no saludaban y les gustaba criticar a todos de muy mala manera. Serapio que vivía avergonzado por ellas, siempre pedía disculpas por lo que ellas hacían con los demás. Cada vez que ellas salían a pasear, Serafina decía: “Pero mira que fea está esa oveja. Mira la nariz del toro”. “Sí, mira que feo es ese animal“, respondía Séfora. Y así se la pasaban criticando a los demás, todos los días.
Un día, cansado el abuelo de la mala actitud de sus nietas, se le ocurrió algo y dijo: “Vamos a practicar un juego en donde tendrá cada una un cuaderno. En él escribirán la palabra disculpas, cada vez que ofendan a alguien. Ganará la que escriba menos esta palabra, ¿de acuerdo? “Sí abuelo”, respondieron al unísono. Pasaron los días y hartas de escribir, pensaron que era mejor respetar a los demás para no escribir tantas veces lo mismo. Llegó el momento en que Serapio tuvo que felicitar a ambas por que ya no tenían quejas de los vecinos. Les pidió a las conejitas que borraran poco a poco todo lo escrito hasta que sus cuadernos quedaran como nuevos. Las conejitas se sintieron muy tristes porque vieron que era imposible que las hojas del cuaderno quedaran como antes. Se lo contaron al abuelo y él les dijo:

Una Hormiga con mucho Amor

Hubo una vez, una mamá hormiga que tenía un hijito. Aunque tenían poco alimento y un espacio pequeño para vivir, tenían mucho cariño. Un día la mamá hormiga se acordó que ya se acercaba el cumpleaños de su hijo pero no tenía alimentos para hacerle una comida especial. Y para colmo, a su hijo le gustaba comer rico. Su mamá se acordó que el año pasado, no había podido cocinar algo sabroso para su cumpleaños y su hijo ese día la pasó triste. Era necesario salir a buscar algo especial para cocinar. Así que le pidió a su hijo que se portara bien mientras ella salía un momento (su hijo no sabía que se iba a buscar algo rico para comer).
A pesar del calor y el esfuerzo, la mamá hormiga buscaba y buscaba alimentos sabrosos para hacer una comida especial, pero no encontraba. En el camino solo encontraba granos de trigo, arroz, pedacitos de pan, unas hojas de colores y dos nueces pequeñitas; pero ella quería algo especial para el cumpleaños. Se acercaba la noche y la mamá volvió triste con poco alimento. Al día siguiente la mamá le preparó a su hijo algo que inventó en la cocina. Hizo todo lo posible para que saliera rica la comida con lo poco que tenía, pero no salió rico. Aunque no estuvo rico el almuerzo, su hijo le dijo que no le importaba. Que el ingrediente principal era el amor y que para él eso era suficiente. El hijo estaba feliz y le dijo a su mamá que lo mejor no era recibir regalos ni comida en su cumpleaños; para él lo mejor era todo lo que su mamá hacía por él. Aunque fuera poco, lo hacía con mucho amor y eso era suficiente para él.

Los talentos de un niño

Ana, era una niña de 10 años que vivía en una zona fría de Europa con unas tías, hermanas de su padre. En un accidente automovilístico, en el que ella viajaba con sus padres cuando era una bebé, ellos perdieron la vida y la niña fue la única sobreviviente. Afortunadamente pudo quedarse con unas tías. Ella tuvo tanto amor, que no sintió la ausencia de los seres más importantes en la vida de todo ser humano, nuestros padres. La tía Julia era una gran pianista y Ana aprendió a tocar el piano con mucha pasión, destacando en todas las actividades en las que podía participar, ya sea en el colegio, la iglesia o en reuniones familiares. Ana también tocaba la guitarra, era bailarina de ballet y dibujaba muy bien. “¿Cómo puede hacer tanto una niña?”, decían las amistades de las tías.
“¡Ah!, es que ella es muy disciplinada. No pierde el tiempo. Es una niña pero sueña con llegar muy lejos. Sabe que la constancia y tener metas claras, hará que logre todo lo que se propone, así como nosotras”, decía la tía Lupe. “¡Sí!”, decían sus hermanas a la vez. Ana tenía buenos ejemplos y eran una familia luchadora que no se rendía ante nada. “Todo tiene solución”, decían siempre. La constancia es muy importante. “Debemos perseguir nuestros sueños”, repetían en sus conversaciones. Ana siempre recordaba lo que oía y sobre todo lo que veía, como todos los niños que aprenden por imitación. Hacen todo lo que ven.